«No quedará sino esta vulgar barbarie americana», escribe Luis Oyarzún. Evitando profundizar demasiado en ciertos lugares inevitables en el estudio de las ruinas —Roma, Grecia— este ensayo intenta acceder o al menos describir, más con voluntad de archivista que otra cosa, ciertas ruinas cuya presencia fugaz, prescindible, termina por ser reemplazada rápidamente, sea con fines comerciales —los malls—, religiosos —las iglesias— o de sobrevivencia —el terremoto y la guerra.
Porque muchas veces las ruinas de nuestra época son así: estorbos, eriazos en la continuidad del paisaje, escenas de un futuro cuya lenta catástrofe no termina nunca de consumarse.