Osvaldo Romo —el guatón Romo— es un personaje monstruoso: «manos regordetas, uñas sucias y carcomidas, un rostro redondo grasiento, hedor mezclado con colonia Flaño, jadear al caminar y lenguaje procaz», según lo describen sus víctimas.
Sin embargo, no es una creación mítica ni el villano incomprendido de la novela gótica. No representa la maldad, es la maldad.
La periodista Nancy Guzmán realizó, entre fines de 1994 y abril de 1995, largas sesiones de entrevistas con este ser siniestro recluido en la Penitenciaría de Santiago. El resultado es este libro terrible e iluminador. El monstruo como espejo, como sombra de nuestra historia. Porque más que en su anomalía, Guzmán sitúa al torturador como un engranaje más de un Estado que administra el terror de forma planificada, con la única intención de mantener el poder.