“Si cada escritura fuera una ciudad, las calles que surgen de los textos de Guido Arroyo González estarían repletas de gente que pasea sin dirección por clínicas dentales, muchísimas librerías, recitales punks, comediantes y lectores seriales de la Biblia en las veredas. También una serie de lagos y parques, a los que es imposible dedicarles un poema. Uno hace el recorrido por estos ensayos reconociendo formas de reír y de leer, atisba a una generación discutiendo en los bares. La poesía chilena no existe es justamente la afirmación de que la poesía existe –sea chilena o no– y se cuela en los detalles más imprevistos de la vida civil”.