En 1837, el hombre más poderoso de Chile fue sorpresiva y brutalmente asesinado por sus subalternos. Ese hombre así ultimado, Diego Portales, se lo consideraría después, de nuevo sorpresivamente, como la “encarnación misma del poder”. Ninguna de sus muchas sorpresas, sin embargo, superaría a la de su epistolario, que comenzó a hacerse público al mismo tiempo que se hacía efectiva su canonización como la más influyente y polémica figura de nuestra política.
Aunque subterráneas, estas cartas son el primer gran acontecimiento de la literatura del Chile independiente. En cuanto comenzaron a publicarse, un siglo después de la muerte de su autor, percibió Alone de inmediato su grandeza. Compelido a difundir el perfil literario del ministro, se vio constreñido por la brutalidad del material: “no se podían copiar in extenso las crudezas rabelesianas y los juicios terribles sobre personas conocidas… detalles de tal naturaleza que deben quedar en el arca cerrada”. Porque ostenta las marcas más claras de esa forma chilena de habitar, construir y pensar que, de alcanzar lo sublime, lo hace por un camino o embarrado, o polvoriento. La irrefrenable seducción de estas cartas es motivo no menor del encumbramiento de su autor: cada gran historiador chileno ha ligado su propia obra a este epistolario paradójico y cruel, hilarante e indignante, y, en resumen, increíble.