John Aubrey en el siglo XVII veía a los hombres como los vería hoy el más ingenioso de los escritores. Los describía en frases breves, sin omitir ni añadir nada. Describía a todos aquellos sobre los que sabía algo, sin pretender encontrarlos buenos o malos. Sus manuscritos, muy difíciles de leer, permanecieron en desorden y abandonados, y cuando, al cabo de los siglos, fueron finalmente descifrados y publicados, seguían anticipándose a su época. Los hombres, tal como él los veía, sólo hoy en día cobran vida. Tiene Aubrey la curiosidad del hombre moderno en un momento en que la edad moderna se estaba inventando y no se había convertido aún en una caricatura de sí misma. Todo es objeto de esta curiosidad, que no establece diferencias, pero lo que más le atrae es la gente, las razones de su diversidad: eso es lo que le interesa; el número de personas sobre las que transmite cosas es infinito.