La obra de Claudio Bertoni muestra –como pocas– al ser humano, al artista y poeta, en su relación radical con el tiempo y el espacio inmediatos, con todo lo que hay de luminoso y oscuro en esa experiencia. De ahí emerge su inapelable observación del mundo interior y exterior, que es la materia de sus poemas: una mezcla de ángel y bestia que nos recuerda al mismo tiempo a san Agustín y Mick Jagger, a Edith Stein y Nina Simone. Neurosis, miedos, deseos, amores y desamores –a menudo traspasados por un humor de tono menor– se atan y desatan aquí para convertir al lector en un privilegiado voyerista de la naturaleza humana. Al poeta de la reflexión existencial se le entrelaza el poeta sensual y mundano que observa, recolecta y goza del mundo y de los cuerpos, los que a través de su visión se reorganizan en notas, reflexiones y cachureos que se transforman en poemas tan queribles como corrosivos, cartas, libros y libros-cartas. Durante más de medio siglo, la escritura de Bertoni le ha proporcionado una inimitable vitalidad a la poesía chilena, lo que le ha otorgado al autor un espacio privilegiado y entrañable dentro de ella.