Entrar en este libro de Sebastián Astorga es entrar en la búsqueda sutil de la no dualidad. El intento es a la vez vital y poético: funciona como poesía escueta, de impecable sobriedad, sin desperdicio, y a la vez como brío de vida donde, en un mundo como el nuestro, se pone de lado, sin negarlo, lo virtual. Así, a través de un lenguaje prístino, en cierta medida risueño por simpático y que, sin embargo, cuaja en cuanto incertidumbre, búsqueda precisa dentro de una vital y real imprecisión, intenta, por encima de todo, hacer de lo diverso una verdadera unidad.
A un lado aparece Santiago Centro y la calle Monjitas, y por otro, película, música pop, referencia sociopolítica, los pantanos de Sudáfrica. Aquí el auto, allá el mar, audible. Y en medio, siempre en medio, intentando reunir y sintetizar, algo busca acercar lo lejano, alcanzar ese estado de gracia que es el Uno, la quietud, especie de Wú Wei (no acción, inactividad). Sebastián Astorga nos entrega un hermoso libro de poemas, libro que no soslaya el vivir cotidiano, a veces harapo vivo, otras belleza de ciruelo en flor, mas siempre, sea harapo o flor, belleza luminosa.