El incansable espíritu viajero que tuvo Pablo Neruda lo llevó a recorrer medio mundo, incluida la casi totalidad del continente americano. En estos países logró difundir su obra y estructurar entrañables amistades que, pese a las distancias, mantuvo muy activas. Desde mediados de los treinta habría de iniciar las primeras visitas a Perú, donde recibió atenciones y deferencias y disfrutó de una camaradería incondicional, hospitalidad que para él fue un poderoso acicate que siempre agradeció.
Un hito fue la visita de octubre de 1943, que concluyó con el ascenso a Machu Picchu, jornada que lo conduciría a la elaboración de su famoso canto, que devendría en un enorme orgullo y reconocimiento peruano y que a él lo catapultaría hacia la cúspide universal de la poesía. El interés genuino y permanente de Perú hacia su persona y poesía habría de tener, entonces, un basamento sólido y continuado.
De este modo, junto a otros, se convirtió en parte activa del mejoramiento de las relaciones chileno-peruanas, ayudando a derribar los viejos escrúpulos y reticencias y propiciando siempre mayores grados de apertura y acercamiento. Así, la invariable interacción entre actores no estatales a ambos lados de la frontera ayudó a conformar una trama de redes e intereses, y otros nexos, en donde la presencia de Neruda en Perú, y sus respectivas Memorias virreinales, inéditas hasta ahora, son un capítulo paradigmático acerca del modo en que estas se fueron consolidando y fortaleciendo hasta nuestros días.