Balam Rodrigo se ha visto signado por las palabras desde su propio nombre. De esa raíz parece venir su empuje, como un destino que lo ha llevado a verterlas en numerosas publicaciones. Con “Marabunta” insiste, quizás porque la insistencia con las palabras es el amparo y la valía del poeta. Se interna en terreno doloroso, porque se desliza por una herida abierta que además restriega. Son esos caminos mil veces andados y recorridos en tierra centroamericana por el ímpetu de los que necesitan sobrevivir, aguijoneados por el hambre. La metáfora de la hormiga voraz y destructora, feroz y horrenda, derriba la proporción humana armoniosa del mito de la creación por mano divina. Las excepciones de efímera belleza en esos versos, son arrasados por un hervidero incesante, que, en mínimas pausas, muestra en este libro, que la vida pasa y se derrocha, que el masculino hacer -en esa línea que va del padre al hijo y del hijo al padre en hora postrera- está en el amor y en la guerra, en perpetuas palabras que ya no se pueden guarecer.