Los diez relatos de Liquidar al adversario poseen calidad, una calidad sorprendente. Hacía tiempo que no tenía ante mí una antología semejante. Una regla de oro es de antigua data y se aplica a los clásicos: si un texto literario tolera la relectura quiere decir que ha vencido la más difícil de las pruebas y que resiste el embate del tiempo. He releído estos cuentos y siempre he descubierto algo nuevo, algo inquietante y este sí que es un mérito superior.
El mundo de Gerardo Soto es un mundo que él conoce muy bien y al que le saca partido. Se trata de la clase media o de la pobreza sin remisión. Sus personajes son vulnerables, dañados, en oportunidades al borde del precipicio. Soto no describe, sino que pinta situaciones y entornos físicos sin ir más allá de lo esencial. En otras palabras, nos trata con respeto diciéndonos mucho en pocas palabras. Y lo hace con una naturalidad notable, en una prosa fluida y segura que puede ser delicada o brutal. El lector se llevará gratísimas impresiones al finalizar este gran volumen de cuentos.