Al interior de esta novela hay dos líneas narrativas encadenadas con cotidianeidad: una pareja de turistas se pierde en Valparaíso antes del cambio de milenio y un solitario estudiante chileno en Nueva York intenta reconstruir su historia. El relato se extiende por uno y diez años. Desde jóvenes con poca ropa envueltos en sudarios de humo, pasando por fugaces estaciones del metro hacia planos generales de ciudades medievales en ruinas, el vidrio está siempre ahí, como un filtro operando entre las nuevas y antiguas formas de la fantasía erótica del voyeur y del viajero. Este libro es un traslado. Un cruce entre bitácora de viaje y diario de invierno, donde futuro y pasado se baten por imponerse en flujo.