“Oblígame. Empújame al momento cuando caminé con ella. Abrió la puerta del salón, me dijo que todo iba a salir bien y que tenía que ser valiente. Sostuvo con fuerza la escopeta. En un segundo tronó la carga. Gritos ahogados. El primer pecho floreció como un cardo escupiendo sangre. Sentí todos sus latidos reventando mis tímpanos. Ella gritó eufórica, disparando y maldiciendo. Cuando el último cráneo disponible explotó como una piñata, el blanco pizarrón del aula se volvió un Pollock de rojos coágulos, y el olor a metal se dispersó como una tormenta sobre la escuela. Llovió pólvora, lágrimas y odio”.