Dos náufragos, dos supervivientes con más ganas de ahogarse de verdad que de seguir respirando, se encuentran una noche en un bar. Se conocen de tiempo atrás, de cuando eran otros. Uno fue profesor de literatura y entrenador de futbol, el otro fue su alumno. Ahora, beben con la misma feroz disciplina, para apagar la memoria, pero ésta se alimenta de un dolor demasiado vivo: de una noche, hace nueve años, en la que dos bandas rivales de narcotraficantes acabaron con su pueblo.
Primero llegaron mensajes a los celulares. No era la primera vez: los narcos anunciaban el toque de queda e inmediatamente después cortaban las comunicaciones. Darío alcanzó a llegar a salvo a casa de sus padres con Norma, su novia. Pero no estaba Santiago, su hermano menor. Desoyendo las súplicas de su familia, decidió salir con Norma a buscar a Santiago. Así empezó su oscura odisea, que no habría de terminar nunca, porque el viaje mismo sería la destrucción de la verde Ítaca.
Esta novela es un brillante artificio literario, un laberinto de ecos y, a la vez, el implacable testimonio de la desolación que la voracidad del narcotráfico ha sembrado en el norte de México.