El 4 de febrero de 1992 Bernard Guaní se ve obligado a colaborar con un operativo especial en el periódico donde trabaja desde hace 23 años. Acaba de ocurrir otra emergencia que ha paralizado la ciudad: un golpe de Estado. Debido a pasadas frustraciones, vive negado a interesarse en noticias sobre sucesos que prometen cambiar pero no cambian la historia, y por ello se limita a cumplir con las tareas urgentes que le asignan. De súbito, mientras examina el material fotográfico recopilado durante la asonada, una imagen particular lo arranca de su contemplación monótona: un afecto que se esfumó de su vida años atrás, en medio de los saqueos populares de 1989, ha sido captado en medio del fuego cruzado entre fuerzas leales y golpistas.