Imaginamos la escena cultural y artística de Valparaíso como un sistema autopoiético, como un organismo que pudo crearse a sí mismo, que se configura a partir de la suma de condiciones, materialmente hostiles, afectivamente fecundas e históricamente complejas, un gran organismo que sobrevive, reproduce y propaga, a pesar de todas las calamidades urbanas con la que debe coexistir. Esto fue lo que se nos presentó como enormemente seductor; la cultura ahí sobrevive como un virus, se esparce, configurándose en respuesta a diferentes instrumentalizaciones. Para observarla había que entonces mirar la ciudad y su historia, sus problemas arrastrados y otros más recientes; había que reparar en como los espacios son habitados, en las formas que toma la vocación comunitaria, en las urgencias y preocupaciones de los agentes involucrados. Allí donde la obra ha perdido su soberanía y la historia con mayúscula toda orientación lineal o causal, en esa especie de caída libre, nos sentimos impulsados y obligados a articular relatos posibles.