Entre 1989 y 1990, Alberto Fuguet publicó en el suplemento “Wikén” de El Mercurio una crónica semanal que firmaba como Enrique Alekán –un antihéroe aspiracional, pero también un tipo dañado y sensible, como todos sus futuros personajes– sobre la vida y la noche del Santiago de esos años, donde mezclaba las andanzas de este prototípico yuppie con los cambios que estaban ocurriendo en la sociedad chilena del final de la dictadura, un experimento a medio camino entre la ficción y la no ficción que se llamó “Capitalinos”. Pronto la columna explotó: señalaba discotecas, bares o restaurantes que se ponían de moda; marcaba polémicas tendencias para la época; y, como consecuencia de ello, al periódico llegaban cientos de cartas de amor u odio hacia este personaje. Al poco tiempo del fin de esas columnas, se publicó un libro que las compilaba, el que el
autor intentó esconder para que no compitiera con Sobredosis –su “primer libro oficial”–, que por esos años se transformó en un fenómeno de ventas y tuvo una polémica recepción por parte de la crítica, así como lo hizo luego Mala onda, ambos títulos hoy ineludibles en el panorama de la literatura latinoamericana. Ahora, treinta años después, el autor se reconcilia con Alekán y publica la versión definitiva de aquella selección. En Enrique Alekán. Una novela por entregas, se aprecia el germen de la contundente obra de