Cuando el cuento “El hallazgo” de Baldomero Lillo apareció en la colección Relatos populares, este ya se había publicado originalmente en la revista Zig-Zag en 1919. Varios años después de los cuentos de sus libros más conocidos, Sub terra y Sub sole, de 1904 y 1907 respectivamente, que ubicarían al autor en la cima de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Pero Lillo nada tiene que ver con esas especies fijadas en la pared o dispuestas en una vitrina, lo suyo fue sumergirse en la profundidad de la tierra, transitar la superficie de hombres y mujeres a ras de suelo, penetrar en la materia con un discurso de humanidad que jamás se redujo a las proclamas ni panfletos, usó los elementos de la naturaleza para tensar la época de seres humanos bregando por existir y resistir. En “El hallazgo” el carpintero Miguel Ramos, su protagonista, lucha contra una empresa que le resulta imposible, pero que sabe enfrentar con la humildad de quien ha aprendido a aceptar los riesgos, así como las pérdidas cotidianas. Una mezcla de serenidad y resignación, cuando al final acaso con algo de justicia, logra conquistar por mano de su hijastra –única mujer en la faena marina– al afirmar con el autor, que la miseria solo es de quien es pobre de espíritu. El corazón de la narración es la aventura, por tanto, lo maravilloso es el mayor signo de su libertad.