Estamos frente a un cuaderno o viaje de iniciación, un barco que navega por el río. Una voz, que, de la mano de otras, se deja llevar a la vez que se dibuja cuando traspasa el umbral del amor. Son tres las estaciones de este poemario. En la primera habitan la indecisión, las preguntas y la violencia, las búsquedas, los asombros y las contradicciones. En la segunda, el gran búho blanco, presente ya en la Temporada en Port Meadow de la parte anterior, abre su sabiduría y sus alas, con el objeto de proteger y guiar a las navegantes camino al conocimiento y la fiesta que, por cierto, es lo que hace vibrar a esta saga. Me parece notable como en este punto, la poeta se agarra de García Lorca, para dotar de ritmo y eco romancero a esta segunda parte del libro, e ingresar de lleno en la intensidad del amor. En la tercera estación, ocurre la transfiguración: la hablante se arranca su corazón para luego reemplazarlo por el de la bestia puesto que no conoce obstáculos, cuando de pasión se trata Verónica Zondek