Partidos, política y mujeres. Tres palabras que con el correr del tiempo hemos aprendido a conjugar en asociación. En particular ahora que las “mujeres entraron a la historia”, según dijo una frase repetida hasta el hastío por los medios de comunicación, durante y luego de las elecciones presidenciales que llevaron a Michelle Bachelet por primera vez a ocupar la más alta magistratura de nuestro país. Partidos, política y feminismo, otra tríada de palabras, muy similares al parecer y que, sin embargo, difícilmente podríamos enunciar en cercanía. Sin pecar de ignorancia, cualquiera se podría preguntar si acaso hubo algo así como el desorden de los partidos, la política y el feminismo anudados en el sintagma de partidos políticos feministas -desconocimiento casi siempre perdonable debido a que la historia de las mujeres, cual ornamento o dato anecdótico, no forma parte esencial de la historial nacional (se puede colegir el lugar que podría ocupar la historia del feminismo). Sin mucha dificultad, se podría responder que si hubo tal desorden fue en algún lejano país con ideas más avanzadas y modernas que las nuestras. Desconocimiento debido a una antigua práctica de escribir la historia que nos ha enseñado a conjugar las palabras de política y partido entendiendo por éstas cierta razón universal que no sabe de la diferencia de los sexos, pero que, sin embargo, se universaliza masculinamente.