Sabemos que los secretos están ocultos en el follaje del árbol. Todos los nombres penden de las ramas, los hijos nacidos y los que perdimos, esos que nadie más que nosotras podemos identificar. Hay secretos que batallan por ser develados, conocidos, reconocidos. Son secretos profundos que traen consigo el dolor de la puñalada. De pronto se cuelan en una conversación, en la complicidad de una mirada, en el olvido del pacto de silencio. Unas a otras nos enseñamos a callar y construir la vida dejando lo no dicho oculto entre la frondosidad del árbol. También hay secretos que vienen de afuera, que se revelan de otras formas, aunque no nos guste. Así apareció ella, llevando el mismo nombre impronunciable e impronunciado de la Huacha. Ese nombre no estaba en nuestro árbol porque lo habíamos relegado, junto con su dueña. Pero llegó ella, trayéndonos de vuelta a la Huacha que habíamos tratado de borrar durante casi treinta años.