¿Será posible negociar la irreconciliable solvencia de dos amantes?, ¿la insostenible economía del amor? Al menos, en este libro, no. Aquí triunfa el capital. La apuesta ciega en recaudos afectivos se desploma. Hay aventura, sí, pero no una que devenga ostentación, sino pérdida. La improductiva destreza de invertir en «grullas de papel lustre», «borracheras, gasto indiscriminado, harta cacha», termina afectando arancel e intereses. La letra chica que la vista gorda pasa por alto. Derechos de propiedad va por ahí. E ir por ahí, de algún modo, es hacerle un guiño a los Sonetos de amor de W. S. y —de una u otra manera— al Libro de buen amor del Arcipreste. Querencia y dividendo. Afecto y porcentaje. La cuota de valor que se le otorga al otro como bien, como activo, como existencia y que —en este caso— termina reducida a un par de boletas impagas como saldo. Poemas que se valen de un imaginario amoroso/empresarial, para recordarnos que, después de todo, «es el hígado el órgano de las emociones fuertes». Y que, tanto en lo bursátil como en lo amatorio, el éxito del emprendimiento dependerá de aquello que se transe ante «un problema de perspectivas».