Aunque vilipendiada en su día (Salimos de la lectura de esta novela como si acabáramos de visitar un hospital de apestados, diría un crítico norteamericano en marzo de 1848), Cumbres Borrascosas (1847) se ha convertido en la gran novela romántica por excelencia, o, aún más, en un mito moderno que ha inspirado películas, óperas, secuelas y canciones pop. Sin embargo, tanto sus extremos y su ansia de sobrepasar todos los límites, por un lado, como su sofisticada construcción narrativa, por otro, parecen escapar a cualquier clasificación genérica. La única novela de Emily Brontë -árida y nudosa como la raíz del brezo, según su hermana Charlotte- bebe sin duda de la fascinación por el género gótico: hay en ella apariciones, noches sin luna, confinamientos desesperados y crueldad sin medida. Pero la tensión y la incertidumbre que imprime a sus atormentados personajes y su alambicada trama superan toda convención y nos sumergen en una atmósfera de pesadilla que difícilmente volveremos a encontrar en la historia de la literatura. La traducción de Carmen Martín Gaite, ya un clásico en nuestras letras, permite respirar, palpar esa intensidad y esa locura. El amor, en esta novela, no es de este mundo.