Cuento chino, la nueva entrega del maestro de nuestra narrativa histórica, comienza con un hombre anónimo de rasgos asiáticos que es encontrado moribundo en el hospital El Salvador. Entonces se despliega en el tiempo el viaje del culí Leo Shin desde el Cantón de la dinastía Qin en 1850 hasta un cuartel de policía en Santiago, donde con el nombre de Quintín Quintana es un célebre detective en la Oficina Municipal de Pesquisas. Se trata de un periplo por la esclavitud en las islas Chinchas peruanas y por el decisivo combate que, junto al batallón Vulcano, permitió que las tropas de Lynch entraran a sangre y fuego en la Lima de la guerra del Pacífico; también es la metamorfosis y revelación de Shin, polizón en el navío Marilú, como Pan Ku, el rey mono de Viaje al Oeste, clásico fundamental del milenario imperio. Esta duodécima novela de Antonio Gil es también una depuración de su inconfundible apuesta por un misticismo laico y un enciclopedismo brutal, una pieza fundamental en esa serie de novelas construidas en torno a héroes marginales que es su larga obra. Sobre todo es una reflexión urgente sobre los costos vitales de la acumulación a toda costa cuando el planisferio se ha vuelto una sola narrativa de servidumbre, «cuando todo el mundo ya es China»: el mito de un lugar donde el poder, la riqueza y la sabiduría son infinitas, porque siempre está un poco más allá