Cuando William Harvey descubrió la circulación sanguínea en 1628, el corazón se consideró solamente una bomba para impulsar la sangre y fue relegado como el órgano más importante. Desde entonces, el cerebro adquiere la preeminencia actual de ser el órgano más importante de nuestro cuerpo. Ni aún con esta evidencia, nuestra substancia gris es relacionada con el amor, aunque los filósofos orientales afirman que la frecuencia de la emoción del amor se equipara exactamente a los movimientos rítmicos del músculo cardíaco. En Corazones Mínimos, Jonathan Guillén rastrea los recovecos del desvarío provocado por el amor y el desamor, poemas que se distribuyen de forma inteligente como un juego de espejos, donde muchas veces el placer es el aparato circulatorio que provoca la sístole y diástole de este cuerpo textual.