Marx es una cabeza. Nadie lo duda. Una testa pilosa y granítica. Una cabeza de piedra como la que engalana su tumba londinense. Como la de la ciudad rusa de Tver, destruida a martillazos y repuesta en su pedestal. Como la de Chemnitz, en Alemania, parlante gracias a una performance artística que la puso a recitar El Capital, hasta que la calló el vandalismo anónimo. El 15 de marzo de 1883, un día después de su muerte, Friedrich Engels escribió: ?Sea como fuere, la humanidad tiene una cabeza menos, y la cabeza más grandiosa de nuestro tiempo.? Pero ahora, prepárense, las cartas que van a leer nos recuerdan que Marx es un cuerpo. Uno sufriente. Compuesto de partes que, de tan humanas, apenas previmos. El autor genial tenía pulmones? un pecho maltratado por el tabaco y una espalda supurante. Fístulas y pústulas». LAURA FERNÁNDEZ CORDERO Al igual que muchas correspondencias del fin de siècle victoriano, esta selección constituye un atisbo de la cosmovisión de un siglo que se aferraba a sus últimos eslabones antes de estallar en las guerras imperialistas (y antiimperialistas) del siglo XX, un objeto de las contradicciones de un proceso atravesado por las derrotas de las revoluciones europeas de 1830, 1848 y 1871, de sus inflexiones, sus exilios y sus alcances internacionales. Esta selección, en última instancia, no pretende ser más que un documento a disposición del análisis y la crítica del periodo, de la trayectoria, de la personalidad o de la intimidad de Marx.