El acto de la escritura es, muchas veces, una rebelión contra la muerte, contra ese final que nos aguarda inexorable, contra ese sentimiento descorazonante de lo efímero o indescifrable de nuestro paso por la vida. Es una afirmación de la vida. Esa es la empresa que acomete Rodrigo Asenjo Fuentes en Años de arcilla, un viaje al núcleo de nuestra existencia que bien podemos situar en nuestra primera infancia, donde se hallan los primeros indicios, las primeras señales de aquel individuo que llegaremos a ser. Años de arcilla nos devuelve a la infancia de su autor, al corazón de la clase media chilena, esa que se forjó en las décadas del 30 al 60, una clase instruida en medio de la necesidad, una infancia sin celulares ni juegos de video, de trompos y volantines, de villas y sitios eriazos donde jugar al fútbol, a la escondida, una infancia dulce y áspera a la vez, que se nos abre como un territorio de hallazgos, de aprendizaje, de melancolía. -Gonzalo Contreras