Hay una ironía fundamental en la narrativa de González Vera. Parece ser siempre frío, prescindente y no se mueve de la mediana distancia. Cuenta un asesinato con la misma emoción contenida con que se muestran las hojas de los álamos sacudidas por el viento. Es sintético, va siempre a lo esencial. En su asedio psicológico a sus personajes de vez en cuando deja filtrar un destello humorístico, indistinguible de la seriedad con que se toma a cada uno de ellos.