La vida de este célebre optimista es la historia de un siglo rebosante de ideas e innovaciones que resuenan de manera sorprendente con el mundo de hoy.
«La biografía de Leibniz para nuestro tiempo. Es difícil hacer justicia a tan rico espíritu, pero Kempe lo logra: siete días escogidos que representan el todo, siete facetas de un cuadro grandioso y contradictorio». Daniel Kehlmann
Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) ocupa un lugar especial entre los grandes pensadores del siglo XVII. Este genio inclasificable se negó obstinadamente a limitarse a una sola disciplina: filósofo, inventor, matemático, viajero, historiador y novelista, tenía una personalidad fascinante y tejió una impresionante red de contactos. Conocido por su optimismo, insistía en la posibilidad de mejorar el mundo incluso cuando todo parecía sombrío. En setenta años de actividad desenfrenada, revolucionó las matemáticas, esbozó un sinfín de máquinas e innovaciones técnicas y desarrolló un sistema metafísico único. Michael Kempe, uno de los mayores expertos en Leibniz y un gran narrador, ha elegido siete días clave en la desbordante vida del filósofo, fechas que marcaron un giro en su trayectoria y en su obra. Una mañana del otoño de 1675, en París, su pluma trazó un signo matemático nuevo, el de la integral, que revolucionó las matemáticas y dio luz al cálculo diferencial, indispensable para ingenieros, economistas y epidemiólogos; en 1696 Leibniz conversaba en la corte de Hannover con la gran señora de la casa principesca de Herrenhausen, Sophie, sobre el consuelo en la filosofía; en abril de 1703, en Berlín, sentó las bases del sistema binario que acabaría siendo la base de la informática. Atento a los pequeños detalles curiosos o emocionantes, Kempe los conecta hábilmente con el desarrollo del pensamiento de Leibniz y nos demuestra hasta qué punto bajo su peluca y su levita había un pensador decididamente moderno (muy lejos de su retrato volteriano en Cándido, donde aparece como un rígido racionalista perdido en el mundo de las ideas). En el centro de la vida cultural en los albores de la Ilustración, intercambiaba correspondencia con todos los príncipes y eruditos de Europa, y su influencia en nuestro presente es innegable.