“Cuando volví a la casa, me puse a pensar con qué asociaba el relato que hasta ahora me había hecho la Carmen. Al escucharla, tengo la sensación que me sumerjo en algo así como en el poema El hombre imaginario de Nicanor Parra o en esos personajes mágicos de Cien años de soledad Claro, porque como en Macondo, ella ha vivido en un lugar donde todo fue y es posible, donde la magia y la realidad, la luz y la sombra, la alegría y el dolor, la cordura y la locura se entrecruzan de manera natural. Es allí, en ese espacio sin fronteras, donde se desenvuelve a sus anchas. Es como si hubiera nacido para desplegarse sin ataduras —de ahí quizás sus cordeles y amarras—, sin etiquetas ni formalidades —de ahí quizás sus trasgresiones— y con esa libertad, talento y creatividad que son parte de su ADN”.